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“Así será” Acrílico. T.C.
Fallar mejor1

por Roberto Consolo

Freud estaba en la sexta década de su vida y prácticamente ya había instalado el concepto de inconsciente en gran parte de la cultura occidental. No hacía dos años había terminado la devastación de la primera guerra mundial en la que sus hijos habían sido soldados y sus últimos textos fueron tan importantes como sombríos: Duelo y melancolía y Lo siniestro. Mientras tanto la mortal gripe española que se llevaría a su amada hija Sophie, azotaba a toda Europa produciendo decenas de millones muertos, muchos más que los que había matado la gran guerra, y ese mismo año comenzaba a incubarse el huevo de la serpiente con la presentación del programa oficial del partido nazi. Era 1920, tiempos difíciles, de enormes fracasos, y al psicoanálisis le faltaba encontrar la otra mitad que mejor lo descompletaría, entonces Freud, como siempre, no tuvo otro remedio que publicar Más allá del principio del placer.

Ahora, considerando el extraordinario logro de este escrito que fue la primera formulación de la pulsión de muerte, un concepto que modificó para siempre lo esencial del psicoanálisis -aunque en los tiempos de Freud los analistas casi no lo podían tragar y los posfreudianos no se animaron ni a probarlo a ver si lo entendían-, me encuentro tentado de escribir sobre el momento actual. 100 años después, por Zoom, lejos de ustedes porque el cuerpo del otro se convirtió en una amenaza, donde otra vez el fantasma de la muerte recorre al planeta rozando la cabeza de la humanidad y todo lo sólido pareciera con ganas de disolverse en el aire de la incertidumbre y la codicia. Mientras tanto los pensadores y filósofos se devanan en teorías para ver si aciertan algunas razones de un futuro casi inimaginable. Pero nuestro tema es el psicoanálisis, no soy sociólogo ni filósofo, por eso este es el mejor lugar desde donde puedo leer la siempre sospechosa tendencia hacia lo inanimado, el trenzado pulsional que asocia la pulsión de muerte a la satisfacción en el marco del odio al otro, que por supuesto no es la pulsión de muerte, pero Freud nos aclara que es uno de sus caminos.

Que las pulsiones de vida y de muerte vayan juntas y a la vez, es la paradoja irresoluble con la que existimos, analizamos y cumplimos, a veces con dificultad, la transmisión de un primer precepto de la ética que es soportar la vida. Y agrego, no sólo la de uno, también la del otro, que es el fundamento de la vida en común.

Fueron varias las veces en que Freud argumentó sobre por qué los seres hablantes formamos comunidades que se mantienen en el tiempo. Curiosamente se lo explicó a Einstein de un modo muy sucinto en una carta hablando de la guerra. Y no es que Einstein fuese duro de entender pero se lo expuso con una sencillez tan afable y delicada que el argumento parecía andar solo. Para el surgimiento de una comunidad es necesario por un lado la transformación de las mociones violentas en el ejercicio del derecho. Es decir el pasaje de las tendencias destructivas de la pulsión de muerte al valor de la palabra, al ejercicio del lenguaje como el soporte indispensable para la mantención de la vida, porque cuando se acaban las palabras empiezan las guerras. Y por otro lado también son necesarias las ligazones de sentimiento entre los integrantes de la comunidad, las identificaciones, ya sean recíprocas entre los miembros de la institución, como a los elementos significantes en los que se enlazan los intereses comunes. Sobre la base de esta renuncia parcial a los goces, esencialmente a los mortíferos y al reconocimiento mutuo, surge y se organiza una comunidad. Entonces ahora podemos decir que la castración, concepto crucial del psicoanálisis que expresa la inscripción en el sujeto de un límite legal al goce, es lo que mejor permite articular una relación al otro, el lazo social en el que se manifiestan las pulsiones.

Las pulsiones de vida y de muerte sabemos que se desarrollan sobre un mismo vector. Cuando la tendencia pulsional acepta el límite que le imprime la castración al objeto en torno al cual se realiza el goce, tiene la posibilidad de retornar a un nuevo comienzo y volver al circuito de la vida. La clínica nos muestra que cuando los pacientes logran encontrar en el camino de sus deseos, un límite a los goces que los perturban con su exceso, la vida comienza a transformarse en algo bastante mejor que tolerable. Mientras que los que por distintos motivos no pueden aceptar esa frontera, la pulsión avanza desmesurada sobre el mismo vector, ahora transformado en mortífero, hacia un goce doloroso y destructivo. Se puede ir mucho más allá del principio del placer con casi todos los objetos pulsionales, con el componente sádico-masoquista que forma parte de la sexualidad o con las ideas que fundan los actos. Por eso hoy se puede repudiar en actos y discursos, casi como en un automatismo demoníaco, los cuidados que impone la razón para detener una epidemia feroz que otra vez nos golpea y nos mata. Es la pulsión de muerte encaminada por el erotismo del odio que ejerce su factor lesivo hacia el otro y hacia sí mismo. No es sorpresa. ¿No hemos atendido en nuestros consultorios a pacientes neuróticos que cuando argumentan sus ideas experimentan la revelación de una verdad inconsciente, por más loca que sea, con la que se sienten justificados de cometer los goces más perniciosos sobre su propia vida o la de sus seres amados, u odiados, sin que muchas veces nada podamos hacer?

Sabemos que el mundo humano es extraño. Extraño en el sentido de heterogéneo, otro, desconocido a sí mismo, como el sujeto. No está ordenado ni suficientemente por la razón, ni mucho menos por una ética del bien, sino por los goces, por la tendencia irrefrenable a los goces que imprimen lo real del sexo y de la muerte. Por eso en un sentido muy preciso las pulsiones de vida y muerte se expresan juntas y a la vez en mezclas de grado variable. Cuando el deseo promete un goce, como es lo esperable de cualquier deseo, y ese goce por algún motivo se hace presente, en el mismo acto de manifestarse también expresa su inexorable destino, su agotamiento, su finitud.

Cuando se regala un ramo de rosas, quien las regala y quien las recibe disfrutan de ese acto inigualable, aunque nunca se repara muy bien qué es todo lo que ese acto entrega en la intrínseca complejidad de la escena. Porque aunque los protagonistas estén tomados por la magia del instante, ninguno de los dos ignora que después de la satisfacción el destino de esas rosas será perderse, transformarse en desecho, en un resto marchito en el tacho de basura. Ahí van las flores, es el destino, sexo y muerte, pero como cada uno logre hacerlo, porque de la rosa sólo quedará su nombre.

Hoy los psicoanalistas tenemos un laboratorio enorme en la comunidad que nos rodea para discernir las expresiones de la pulsión que reveló Más allá del principio del placer. No hace falta tener el talento de ese abuelo que al ver jugar a su nieto como cualquier abuelo, descubrió uno de los misterios más escondidos del alma humana. Freud encontró la pulsión de muerte en la compulsión de repetición, en la repetición de lo traumático, de lo displacentero, en los sueños de angustia, pero sobre todo la encontró en la minuciosidad de su clínica. En la repetición de esos tratamientos que fallaban una y otra vez, como tenemos todos, con esos pacientes que fracasaban “demoníacamente” en la cura del mismo modo que fracasaban en sus vidas, pero sin que el malogro de esos análisis se debiera a errores del analista. Entonces algo le faltaba a la teoría que diese cuenta de esa instancia destructiva de la subjetividad. Porque en la inmanencia de la vida hay algo que siempre fracasa, en consecuencia las sociedades también fracasan, no todas igual, es cierto, pero todas están afectadas de ese fallo. Fallan por los que quieren y cuidan la vida del otro y fallan por los que con el odio encaminan la pulsión de muerte hacia la destrucción de la vida. No pretendo que estas sean categorías puras, la edad de la inocencia pasó hace mucho. Sin embargo el análisis nos da la posibilidad de llegar a saber y hacer de qué lado de la pulsión uno puede estar mejor parado, para fallar un poco mejor.


Roberto Consolo
Año del Coronavirus
consololp@gmail.com


1Texto presentado en el Coloquio “A 100 años de Más allá del principio del placer” en la Escuela Freudiana de la Argentina. Septiembre de 2020.