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COMPÁS DE ESPERA
Antesala de un Análisis imaginario o no

por Marisa Pellejero

Esta resonancia es producto de un acercamiento del deseo a la escritura, para narrar en clave de ficción, un recorrido -entre otros- por la lógica del tiempo y sus azares, atravesado por las huellas del análisis. Agradezco al cartel por permitirme subvertir en cierto modo la invitación, haciendo del análisis una excusa para escribir.

Del otro lado del miedo está la vida, le habían dicho.
Pero el miedo por momentos lo abarcaba todo. El problema no es el miedo, concluyó, el problema es el todo.
Respirando hondo caminaba, más de 20 años atrás. Las vidrieras de un mayo frío mostraban un “murióyabrán” en las pantallas, pero ella no estaba allí, no sabía dónde había dejado los pies. Sólo caminaba, el camino se le tornaba eterno, como el miedo, como la muerte. Caminaba hasta encontrar el timbre para tocar, ese tronco maravilloso donde agarrarse, aunque esto no lo sabría sino hasta mucho tiempo después.
El tiempo. Ese otro compañero de la eternidad, tiempo que se le suspendía precautoriamente en un encierro infinito. Otra vez, el suspiro-respiro-hondo para tratar de capturar la sortija de un aire que se le presentaba esquivo.

Afánisis del deseo, vértigo de un mundo sin brillo. Desvanecimiento paterno en un tiempo aciago, que la mira-demanda hasta convertirse en pura espera. ¿La de él? ¿La de ella? La misma cosa –dirá-.
Apuro materno que sabe, emprende y puede puntualmente con todo, carga con todo a su vez. Ella también, sólo que hace rato que no puede emprender nada. Y debería -se decía- ¿cuándo? Ya, ya debería. Respiro-suspiro-hondo, una vez más.
Tiempo eterno.
Tiempo puntual.
Ella no sabe dónde dejó los pies.

Empezar a ver le llevó tiempo, pero no del eterno; tiempos acompasados, iban y venían, se movían, danzaban y duelaban un lugar imposible para inaugurar otros… alivio y bocanada de un deseo que solo se encuentra cuando algo deja de consistir. Tanto.
Sentía-se en una burbuja, en una ostra, pero nadie entendía que ella no era ostra, ella estaba adentro, sin embargo se percibía más y más cerrada.
El análisis posibilitó la pregunta si no estaría más errada de lo que pensaba.

Un pequeño mundo se abre cada vez que un lapsus nos visita. Ese extranjero íntimo que también a veces, se deja atrapar como la sortija donando aliento. Y alienta.
Sorpresa y búsqueda dejaban atrás la incertidumbre angustiosa que la acompañó -ella cree- desde siempre.

Comprender es otro tiempo. Recuerda las famosas magdalenas de Marcel Proust. En su obra En busca del tiempo perdido, narra brillantemente cómo se topa con algo que le suena familiar, pero que no logrará descifrarlo hasta que esas magdalenas mojadas en té lo transporten a otra época de su vida anterior, en otro lugar, con su tía. Y este recuerdo invitará a otro tiempo.
Dos momentos que se chocan y se bifurcan por contingencia, por casualidad, por encuentro; prometen la apertura de un tiempo propio.
¿Pero qué puede ser propio en este repertorio? sino producto de una extimidad que funda un tiempo que nada tiene que ver con lo cronológico, atestiguando a Freud cuando señala que el inconsciente es atemporal.

Ese tiempo es torbellino. Es arrebato pero también el tiempo de tejer (¿o destejer?) una trama. Ese tiempo le recuerda al “Reloj de Arena” de Borges:

No se detiene nunca la caída
Yo me desangro, no el cristal. El rito
De decantar la arena es infinito
Y con la arena se nos va la vida.
(…)
Hay un agrado en observar la arcana
Arena que resbala y que declina
Y, a punto de caer, se arremolina
Con una prisa que es del todo humana.


¿Qué rompe con esta no-temporalidad, con esta eternidad? Proponemos: el deseo. El deseo es lo que aparece como incapturable por estructura. Otro esquivo para ella. No, esquivo no, inconmensurable, universo que invita pero no apacigua, sin límites, sin lugar para dejar los pies. Tiempo y deseo, uno segmenta al otro y lo trastoca, lo transforma; uno se somete a otra puntualidad; y el otro se torna posible.
Encuentro con otra mirada. Y un mostrarse para atar-se a algo, a alguien. Saberse sujeto es saberse sujetado y libre, paradoja que augura algún margen de libertad.

Tercer tiempo. Desregulado. Un ánimo que anunciaba cierta inconmensurabilidad, nueva y vieja a la vez; la misma pero otra. ¡Sí, -se decía- dale que es otra, pero tiene tanto olor a aquella…! El “bigdata” que guardaba en su bolsa se le volvió mochila. Y el tiempo, infinito.

Respiro-Suspiro-Hondo y tocó el timbre. Otra vez, de nuevo.
Buscaba encontrar lo suyo, volvió, porque había dejado cosas allí y no es cuestión de desentenderse de ellas. No sabía que las llevaba encima, pero hacía falta otra mirada para que esto se escriba.
Se sorprendió llegando mucho antes de lo acordado. La puntualidad anticipada se hizo oír cuando escuchó: “Es temprano, esperame.” La sorpresa dio paso a la sonrisa que se presentó por vez primera en esa semana, y la certeza de que sin saberlo, sabía dónde había puesto los pies.
Es ese momento del aserto donde el sujeto vacila de lo que es, aunque ya lo presupone, vacilación intemporal que necesita de la mirada del otro para sacarlo de la misma y hacerlo entrar en la prisa de un momento para concluir.
-Tengo tiempo, se dijo.
Y la infinitud de ese tiempo se trocó en un compás de espera.
Miró alrededor: relojes, miles, de arena, con números, alargados y blandos, como los de Dalí. Relojes que la escudriñaban y sancionaban “su impuntualidad” para ellos, tiempo puntual para otra escena que se empezaría a escribir. O no.
Sabemos que existen experiencias en donde lo que está afuera resuena como si fuese parte de lo que está dentro. Esa suerte de Deja-Vu, de grito, de llanto, de marca del Otro que es reflejo de lo que alberga en su interior el cuerpo, el sujeto.

Linkeó en ese tiempo de espera con otro reloj, el de un sueño de análisis, un mamá-reloj apurado que era dado a su analista de entonces. Otro tiempo de una escena lejana aunque no tan ajena. El deseo es entonces esa inadecuación de lo que resuena como lo mismo. Eso tan afuera que me resuena tan adentro, esa intrusión de lo otro que resulta tan mía. Si no se presenta la hiancia, el aun-no del deseo; sin ese agujero cuyo borde es una pregunta, tenemos el eterno retorno de lo mismo.
Ahora parece que el apuro le era propio. Esa prisa era puntual, y venía a robar un poquito de deseo al infinito, al tiempo, al miedo. El bigdata de la mochila se desinfló en la fugacidad de un instante; que al decir de Borges, es el único tiempo que importa.
“Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo (…) el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. (…)
Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa".


Marisa Pellejero
meipellejero@yahoo.com.ar


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