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¿Si la neurosis no se va, la angustia vuelve? - Del fenómeno mudo al acto de decir.

por Lisandro Inclan

“Doctor, ¿si la inflamación no se va, el dolor vuelve?", decía una propaganda de analgésicos hace unos años. La adaptación al ámbito psi que lleva el título de este trabajo me motivó a escribir sobre Angustia y Acto, dos conceptos cuya importancia clínica nos permite pensar la dirección de la cura.

Aquella propaganda que vendía la solución al dolor y la inflamación, con un medicamento para tratar el síntoma físico, no solo vendió muchos en su rubro, sino que la oferta sobre la curación hace para nosotros psicoanalistas, una regia competencia. En la reversión de esa pregunta respecto a la angustia, nos interroga sobre el quehacer del analista, si nuestra empresa es la de eliminar el malestar o curar al paciente. ¿Curarlo de qué? ¿De la división subjetiva?

Lacan a lo largo de su obra insiste en distinguir al psicoanálisis respecto a aquellas prácticas llamadas psicológicas o filosóficas, incluso podríamos incluir a la psiquiatría médica. Prácticas que son encargadas de ofrecer suplementos respecto a la falta como dimensión del Otro y su relación esencial con la angustia. Pareciera ser más una cuestión de adaptación que una interrogación sobre lo que nos constituye como sujetos.

Constantemente va a establecer esta distinción, porque para Lacan el psicoanálisis no trata sobre fórmulas o suplementos que vengan a erradicar ciertas dolencias por medio de objetos. Sino más bien, que el psicoanálisis es una práctica orientada a lo real.

Pero es habitual que los pacientes nos consulten por dolores físicos, por ansiedad, ataques de pánico, depresión etc. Más asociado a lo fenomenológico-médico como motivo de consulta. Algunos pacientes vienen con un diagnóstico a cuestas, con un saber sobre lo que les sucede, muchas veces auto gestionando medicamentos. Portadores de un saber que los deja mudos bajo un criterio diagnóstico que esconde en sus dichos un decir inconsciente, sin que pueda haber una apertura a interrogar lo que les pasa con eso que padecen.

El ataque de pánico en su definición fenomenológica de los síntomas físicos es: latidos fuertes o rápidos del corazón, sudor excesivo, escalofríos, temblores, problemas respiratorios, debilidad o mareos, hormigueo o entumecimiento de las manos, dolor en el pecho, dolor de estómago y náuseas. Síntomas descritos por un manual diagnóstico que viene a establecer que, si tenemos varios de estos, entraríamos en esa categoría. Es decir, que todos en algún momento tendríamos un trastorno de ansiedad generalizado. A su vez, aquellos síntomas determinan el pronóstico y plan de tratamiento como guía para el médico.

Por otro lado, hay una definición del ataque de pánico como un episodio repentino de miedo o ansiedad intensa y síntomas físicos, basado en un peligro aparente y no inminente. Es decir, sin señal alguna.

Por su parte Lacan propone a la angustia como aquello que no engaña, señal de que lo que falta es la falta, por lo que la angustia tiene una importancia estructural. Allí donde la falta como lugar vacío, queda ocupado por un objeto pero que es el sujeto quien queda en ese lugar, hay angustia. La angustia no es sin objeto. La angustia es una señal en el yo para el sujeto, de una inminencia de quedar en estado de desamparo, a merced del Otro y genera un estado de expectativa.

Entonces aquí se puede establecer una diferencia con el ataque de pánico, por ejemplo. Es decir, que la propuesta de Lacan de tomar a la angustia como indicador del lugar del sujeto respecto al deseo del Otro, nos orienta respecto de una lógica del caso que promueva, como efecto, una demanda de análisis.

Es interesante que la fórmula de la angustia sea el reverso de la del fantasma. Podríamos decir que cuando el fantasma no marcha, vacila, es decir que aquella interpretación sobre el deseo del Otro queda obturado, aplastado por demandas, el sujeto queda como objeto del deseo del Otro, allí el medicamento no suple, ni repara.

¿Qué hace el psicoanalista? La propuesta en la dirección de una cura para nosotros es que el paciente hable, pero no de cualquier manera, sino que hable sobre aquello que le pasa, desde cuándo, cómo, en qué situaciones. Preguntamos por aquello que le sucede. Ahora, si en la dirección de la cura tomamos a la angustia como brújula sobre en qué lugar está el sujeto respecto al deseo del Otro, entonces uno podría empezar a situar que no es frente a cualquier cosa que aparecen los síntomas.

La imagen de la mantis religiosa que trae Lacan para pensar la angustia, allí donde no hay reflejo en sus ojos y acontece la pregunta de qué quiere el Otro, qué me quiere, qué objeto soy para su deseo, es muy interesante. En el caso de la neurosis, tiene estructura de pregunta, es una pregunta por el deseo del Otro. Enfrentarse con esa pregunta causa angustia ya que implica que el Otro, por tanto el sujeto, está castrado, barrado. Si no, no podríamos desear. Para evitar llegar al punto de confrontar la castración, es que aparece una respuesta anticipada, fantasmática. En ese sentido no tiene nada de malo ya que, como Lacan afirma en el seminario XI, que el fantasma es lo que permite al sujeto sostener su deseo. El fantasma viene a velar la castración, permitiendo que marche.

Pero frente a la repetición del ataque de pánico, como aquello que no entra en la cadena significante, que se presenta a los pacientes como arbitrario y caprichoso; que el analista pueda recortarlos y proponer una vía seria para circunscribir una falta, probablemente sea lo que propicie que un sujeto no quede aplastado por el pisoteo de elefante del capricho del Otro. Que se interrogue el lugar donde quedaría obturado el deseo implica interrogar al Otro y permite que la castración opere.

Entonces frente a la puesta en forma del sujeto respecto al deseo del Otro ¿qué sucede con el acto? Si tomamos a la angustia como antesala al acto, que implica una decisión, implica la pérdida, podríamos decir que no es sin angustia. No es sin, y esto me parece relevante, en tanto no es en ausencia sino en presencia del objeto que se pueda producir un movimiento. Un acto que no es cualquiera, no tiene las coordenadas de un acting out o pasaje al acto como recursos frente a la angustia, sino más bien que hay un sujeto advertido de que la castración es del Otro. En este punto Lacan retoma a Kierkegaard, cuando habla de la angustia y la libertad, donde la angustia es el paso previo a la libertad, pero no en términos de un “salto de fe” sino que la libertad implica un acto, una decisión sin garantías, pero no a ciegas.


Lisandro Inclan
lisandroinclan@hotmail.com


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