Escuela Freudiana de Buenos Aires
zubermanjose@gmail.com
No existe el analista aislado. Algunos grandes analistas se cayeron del Psicoanálisis al aislarse, a lo largo de la historia de nuestra disciplina. Para poder sostener la abstinencia freudiana en la sesión, el analista en algún otro lugar tiene que tomar la palabra para dar las razones de su práctica y dejarse interrogar. Sin esta interrogación permanente ningún analista se sostiene como tal.
Freud lo intentó a través de una organización piramidal, dada la confianza que tenía en quien ocupa el lugar paterno, deslizado al confiable didacta. Poner la garantía en Alguien confiable terminó burocratizando la formación del analista en la Internacional.
Ni aislamiento del practicante ni burocratización institucional convienen al desarrollo del Psicoanálisis. Entonces, ¿qué?
Lacan propone la Escuela, que conservando la tríada freudiana –análisis del analista, análisis de control y estudio de la teoría- agrega dispositivos para mantener vivo al psicoanálisis en la extensión, a saber:
a) El Cartel, pequeño grupo que trabaja un tema un tiempo dado, del que surge el producto propio de cada uno, producción singular del analista. Una vez presentada esa producción, el Cartel permuta miembros para evitar que el Imaginario que constituye al cartel devenga efecto de grupo en la Escuela.
b) El Seminario, donde el analista se interroga en el límite de su saber, lo que hace diferencia radical con un curso donde se transmite lo ya sabido.
c) Las nominaciones y el pase, donde confiando más en la palabra que en el curriculum se ofrece una nominación -que no es nombramiento-, a quien pueda hacer escuchar una palabra que diga de su singular experiencia como analista o como analizante que atravesó el final del análisis -AME y AE respectivamente.
Nada garantiza que esta estructura no se burocratice. De hecho, Lacan disuelve la Escuela Freudiana de París porque “devino Iglesia”.
Hay una tensión permanente entre la institucionalización del Psicoanálisis y la Escuela de Psicoanálisis, entendida como estilo, creación, invención, tal como se dice escuela renacentista, impresionista, etc. Esta tensión o contradicción permanente se da porque la Escuela no cabe toda en la Institución. Hay quienes se inscriben en la Escuela sin pertenecer a la institución y también la contraria. Lo cierto es que sin Institución no hay transmisión del Psicoanálisis (Jornadas, publicaciones, intercambios). Esta contradicción permanece y hay que afrontarla del mismo modo que en la intensión: sostener la palabra desde cada singularidad e interrogarla. La confianza no se deposita en Alguien sino en el movimiento permanente que la estructura Escuela en el sentido de Lacan, propicia, cuando nos dice: ”No espero nada de las personas, lo espero del funcionamiento”.
20 años de EFLA así lo muestran. Haber participado en ocasión de la presentación del cartel de Pase donde se informó de su experiencia, y de las Segundas Jornada de Pase de la Efla, “Conversaciones sobre la experiencia de pase, efectos y consecuencias en la práctica del psicoanálisis”, me permiten celebrar este aniversario desde el trabajo conjunto. Brindo por la continuidad de este movimiento en la EFLA.
Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud-Rosario.
Presidente de la actual Comisión Directiva
susplendiani@gmail.com
Agradezco la invitación a dialogar con otros acerca de este anudamiento Practicante-Escuela de Psicoanálisis.
Moebiana es uno de los nombres que articula precisamente Psicoanálisis en intensión y Psicoanálisis en extensión y ya estamos en un nudo fundamental que hace a las razones que nos propone Lacan en su Proposición.
Como fundadora de la EPSFROS, en 1979, precisamente un 30 de marzo, se produjo un acto, dijimos ‘sí fundo’, con otros. Fue una a-puesta. Y este año, 2024, se cumplen 45 años haciendo Escuela. Si bien, no fue hasta 1993 que fueron aprobados los Dispositivos de Escuela planteados por Lacan, con la singularidad de lo posible, que se nombró, Cláusula de excepción:1.
Poner en funcionamiento este dispositivo da razón de su nombre Escuela, que retroactivamente llevó a su fundación.
Podemos decir que, a partir de la institución de los dispositivos, con el jurado de Admisión (AME) y el Jurado de Confirmación (AE), se reformula ese anudamiento Practicante-Escuela.
Y las propuestas de las actividades, vienen a dar cuenta de dicho anudamiento: podemos llamarlo praxis del psicoanálisis que conlleva la práctica de Escuela donde el practicante pondrá en juego el ‘deseo de analista’, en la extensión, moebianamente.
Para avanzar en la pregunta propuesta, recordemos que Lacan hace la Proposición considerando la trama del texto “Situación del Psicoanálisis y Formación del psicoanalista en 1956” y como sabemos, hubo una primera versión, inédita, pero haciendo referencia al Acta de fundación y al preámbulo del anuario, para luego plantear la versión definitiva. Es decir que siguió trabajando e intentando ajustar, precisar e insistir sobre el psicoanalista de la Escuela. Como reconocemos en lo que hace a la letra y la repetición, todas las versiones nos enseñan. Y nosotros seguimos volviendo a sus proposiciones para poner en acto en la Escuela, en principio la nuestra, lo que en el campo que abrió Freud, propone Lacan. Y esto tiene actualidad. Aún hoy seguimos apostando.
Tenemos entonces un punto básico respecto del practicante que hace a la autorización del analista: ‘no se autoriza sino de sí mismo’, agrega y ‘de algunos otros’. Cuestión que aquí es fundamental el anudamiento del practicante y la Escuela, quien, por otra parte, son las garantías con que nuestra Escuela podrá autorizar por su formación a un analista, ya que cuenta con los dispositivos. Es una autorización que se dispone a ser leída por esos algunos otros.
Podemos decir que no hay Escuela de Psicoanálisis sin practicantes. Estos se comprometen a participar de una comunidad de experiencia donde comparten la praxis del psicoanálisis y la
formación de analistas.
Sin embargo, Lacan además de Seminarios, Jornadas, propone participar en un cartel, “formado por tres personas como mínimo y cinco como máximo, cuatro es la justa medida. MAS UNA, encargada de la selección, discusión y del destino que se reservará al trabajo de cada uno”2.
Podemos decir entonces respecto del anudamiento practicante y Escuela de psicoanálisis, sostenidas en la Enseñanza de Freud y de Lacan, que las actividades propuestas de enseñanza, los dispositivos y el cartel son las instancias que anudan al practicante del psicoanálisis que desea avanzar e interrogarse respecto de su formación y los efectos en su práctica clínica, transmisión sostenida en el discurso del psicoanálisis.
1Revista Argumento 3, Haciendo Escuela, abril de 1993. Revista de la Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud. Rosario.
2Lacan, J.: Acto de fundación, en Otros Escritos. Pag. 247-8, Paidos, Bs.As, 2012.
Miembro fundador de EFLA
consololp@gmail.com
En la relación analista-escuela hay algo muy interesante para leer y también para formalizar. Convengamos en principio que porque hay psicoanálisis en intensión hay analista. Y luego, porque hay analista hay escuela. Esta es una secuencia transitiva y una inferencia aparentemente muy sencilla del acto analítico. Pero examinemos qué tipo de relaciones se tienen que establecer en la formación del analista, para que esta lógica se articule con la escuela. Está claro que de ningún otro lugar más que de un análisis proviene un analista. Y también es cierto que cada analista tiene la responsabilidad ética de trabajar minuciosamente los conceptos que dan cuenta de por qué el psicoanálisis y qué es lo que se hace al dirigir una cura. Sin la rigurosidad de los conceptos estaríamos disueltos en una anomia o en una alevosía permanente. Si sólo de estudio se tratase, llegaríamos de inmediato al campo del conocimiento y éste siempre es tentador, lo dominamos, lo entendemos bien porque es en el que hemos sido educados desde la niñez hasta la universidad. Y precisamente no es por ahí por donde encontramos al psicoanálisis. ¿Entonces dónde ubicamos a la escuela, si es un lugar donde se forman analistas en los legados de Freud y Lacan? Cuando un analista -no importa su tiempo de formación, incluso aunque haya terminado su análisis, porque la función analizante jamás caduca-, avanza en el trabajo minucioso del concepto. Entonces resulta que ese concepto más tarde o más temprano, aparece en acto en su propio trabajo de análisis. Es inevitable identificarlo, recibir su marca, su sentido, su impacto y la falta que produce. Este es uno de los modos en que la transmisión ocurre por causa del discurso del psicoanálisis. La singularidad de la propia trama subjetiva pasa por las sinuosidades del concepto -y viceversa-, hasta que el concepto ahora innovado por la experiencia, aparece habilitado. Así se encuentran sus efectos sobre la propia neurosis, sobre la vida. Lo que en un momento pudo haber sido una lectura fascinante, se transforma en un saber articulado y subjetivado por la castración, a lo RSI del sujeto. Ahora bien, cuando ese analizante pasa a la posición analista en su consultorio, es decir, cuando se deja habitar por el deseo del analista y se borra como sujeto, tiene la posibilidad de escuchar en sus pacientes -sin buscarlo, obviamente-, cómo aparece el concepto pero ahora en otra singularidad. Es decir que ya no es lo mismo salvo el cifrado de su lógica. Entonces hay que releerlo en acto sobre otro argumento de la función fálica, la de ese paciente. Y de ser pertinente, intervenir con esa nueva lectura. Este movimiento permanente es lo que hace a la formación de los analistas siempre inacabada. Ahora bien, en una escuela el analista tiene la posibilidad de recuperarse como sujeto de un modo diferente a cuando sale de su consultorio. La predisposición al lazo social con otros en quienes puede reconocerse, con el respeto por la imparidad más radical que implica la alteridad y a los tiempos de formación de cada uno, le reclama que no abandone su particular saber conceptual ni su saber hacer en la clínica de los que venimos hablando. Y si acepta que su palabra aparece surcada por la falta que inscribe su experiencia con el inconciente que lo habita y también con su modo de reeditarlo con sus pacientes, es posible que encuentre su lugar en la escuela. ¿Para qué? Para hablar y escuchar del psicoanálisis al que le dedica su vida. Para encontrarse con su propia producción, para compartirla, y en ese intento siempre parcial, descubrir una suerte de reciprocidad con algunos otros que hará comunidad de experiencia. Hallar una nueva relación al otro con el discurso del psicoanálisis a veces merodeándolos, y otras imponiéndose, permite leer los efectos en la clínica y hasta con buena fortuna, teorizarlos de un modo que otros lo puedan aprovechar. Es interrogar al psicoanálisis mismo, y si se puede, hasta sus propios límites, incluso por donde podría avanzar. Los dispositivos que ofrece la escuela, cartel, seminario, dispositivos de nominación, son lo que cada analista pueda hacer con ellos. En ocasiones es encontrar sin buscar; buscar y buscar hasta encontrar, a veces. Pero siempre es un trabajo donde el psicoanálisis nos espera, en un camino compartido.