de las gestiones 2004-2007 y 2019-2021
Para escribir sobre la primera vez que me tocó ocupar la presidencia de la escuela, debo recordar los tiempos que rodean a la fundación, ya que tuve el honor de ser el primer presidente.
Por aquellos tiempos dictaba en La Plata un seminario psicoanalítico independiente y autogestionado, que con los años llegó a ser muy concurrido. En ese marco fue donde un día expresé frente al público una convocatoria que estaba basada en un sueño: crear una institución en nuestra ciudad destinada a la transmisión del psicoanálisis y la formación de los analistas.
Una institución que estuviese ordenada por el discurso del psicoanálisis y no fuese la clásica pirámide definida por el saber como instrumento de poder, independiente del discurso profesoral de la universidad y de las autoritarias huestes milerianas, que en ese entonces estos tres últimos, dominaban la escena psicoanalítica de la ciudad.
Ese sueño en poco tiempo se convirtió en el deseo de muchos analistas en formación comprometidos con un trabajo psicoanalítico.
Así se constituyó lo que llamamos Grupo de Intercambio Clínico, donde se realizó una tarea de formación clínica escuchando y discutiendo los casos que los integrantes presentaban periódicamente. A la vez llevábamos adelante el estudio en comisiones sobre diversas instituciones psicoanalíticas: la Escuela Freudiana de París y las Escuelas existentes en nuestro país. El resultado de esa tarea concluyó en el acto de fundación de lo que dimos en llamar Escuela Freud-Lacan de La Plata. Fue un tiempo de gran entusiasmo y compromiso que, retroactivamente, se pueden leer como letras que signaron mucho de lo que ocurrió en los siguientes 20 años.
En una quinta de las afueras de La Plata, el caluroso sábado del 18 de diciembre de 2004, realizamos las primeras jornadas de trabajo. Sobre un amplio césped se organizó un auditorio de sillas frente una mesa vestida, en la que se presentaron a discusión los trabajos de la jornada que duró casi todo el día. Al concluir, ya teníamos decidido la disolución del Grupo de Intercambio Clínico.
Había llegado el momento para el que nos estuvimos preparando, fundar la escuela, producir un acto que casi sin saberlo, marcaría para siempre la vida de muchos de nosotros. Bajo la sombra de los enormes árboles que nos cubrían, se leyó el acta de fundación que hoy se puede encontrar en la página web. Los presentes firmamos el documento y brindamos por el futuro del psicoanálisis, porque en verdad esa era nuestra causa. Si bien cada uno funda solo en su determinación como Sujeto, no es sin el otro. Este también fue un acto colectivo que, como siempre, concluye anticipadamente para intentar saber qué somos y qué no somos. A los pocos días se votó la primera comisión directiva la cual me tocó presidir. Por ese entonces estaba casi todo por hacerse. Tener una sede, comprar muebles, hacer un auditorio, constituir una personería jurídica, iniciar la redacción de un estatuto, hacer pública nuestra existencia ante las instituciones en las que nos referenciábamos y ante la comunidad, organizar una primera enseñanza y un innumerable conjunto de etcéteras. Pero sobre todo poner en acto entre todos los miembros fundadores, los dispositivos que daban existencia a la escuela como un deseo puesto en lo real. Para realizar buena parte de todo lo mencionado, fue necesario un período excepcional de tres años. Para que la escuela exista se necesitó el trabajo en conjunto de la Comisión Directiva y los miembros fundadores, en una escucha recíproca y un hacer decidido.
Después de esto creo que nadie volvió a ser el mismo. Mis compañeras de la primera comisión directiva de hace 20 años fueron: Amalia Cazeaux, Silvana Tagliaferro, Leticia Scottini y Claudia Lujan. A ellas todas, mi afecto y mi eterno agradecimiento.
La segunda vez que tuve que asumir la presidencia de la escuela, fue en una circunstancia también determinante, pero por otros motivos: transcurrió durante toda la pandemia. La sede cerrada, las calles vacías, todos confinados y la muerte rondando. Nada que no sepamos. Primero fue pura perplejidad, nadie estaba preparado.
Sin embargo, en el seno de la comisión directiva tomamos una determinación: en el medio de tanta adversidad, recordamos de muchos modos la recomendación de Claude Bernard que Freud hizo propia en La interpretación de los sueños y nos abocamos a ella: “Trabajar como una bestia con tenacidad”. Trabajamos, produjimos un torbellino de fructíferas ideas y tomamos decisiones, escuchamos a los miembros y pusimos más trabajo.
Había que sostener el lazo social, el trabajo de los carteles que hace a la escuela y adaptar una enseñanza que ya no podía ser la que estaba vigente.
Así fue que sentados donde casi todos improvisamos nuestro consultorio virtual, pusimos frente a los rostros la tecnología al servicio del psicoanálisis y transformamos la escuela con la ayuda de todos los miembros. Así reconstruimos lo más vivo de la existencia de la escuela: el funcionamiento. Restado el cuerpo y apenas con algo de
la imagen, logramos soportar y sostener “la cosa”, casi sólo de palabra. Mucho podríamos decir de este tiempo y todos sabemos que aún faltan importantes formalizaciones al respecto, pero sí ante esta verdadera tempestad de vida y muerte, se pudo tomar el timón de la escuela para sostener los beneficios de la palabra y de la escucha, fue por el tesón decidido de mis compañeros de comisión directiva: Claudio Gómez, Sandra Alderete, Leticia Scottini, Mariana Pereyra y María Virginia Vigo. A todos ellos mi afecto y eterno agradecimiento.
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