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No retroceder ante lo real de los grupos

por Ludmila Hobler


Las letras que comparto en esta edición especial de nuestra querida revista fue presentado en la mesa “Ética, deseo de analista y acto analítico” de las VIII Jornadas de Escuela “Preguntas cruciales de la práctica psicoanalítica”, del año 2023. Llego a su escritura a partir de la pregunta sobre el dispositivo grupal, motivada por los modos posibles de estudiar en una escuela: cartel, grupo de investigación, grupo de trabajo… Ese contexto hizo del obstáculo y la inquietud, el siguiente texto:
Banda con swing fue el título de algún trabajo. En ese movimiento que es la formación, un eje es la práctica. La pregunta agujerea el saber y esa es nuestra ética: participar de estas jornadas, conversar con nuestros compañeros. Así es como nos formamos, teorizamos y despertamos, orientados por el deseo de analista.
Sin dar muchas vueltas, digamos que no hay título de propiedad, no hay un ser analista. Se es cada vez que se sabe hacer ahí, con la castración. Aprovecho a invitarlos a la lectura del tercer libro de la Efla “Lo que la castración quiere decir”.
En la época actual encontramos promesas de felicidad que refuerzan al yo y tienden a la masa. Lógica de esferas, espejos y algoritmos que cuestionan los límites del dispositivo clásico.
Frente a los dogmatismos, el psicoanálisis aporta castración. No hay garantías, pero de ella depende el porvenir de nuestra praxis. El trípode es la responsabilidad de sostener un intervalo que, apostando a la palabra, permita alojar lo más propio de cada quien. Sin intervalo, no hay música posible. Es una manera de no dejarle el campo tan libre a los paradigmas actuales.
En esta mixtura, pensando en la ética, el deseo y el porvenir, es que me pregunto por la posibilidad del dispositivo grupal, en sus distintas formas, como otro dispositivo posible, o, si se quiere, la flexibilización del dispositivo clásico.
Pensar en grupos fue un obstáculo teórico, superyoico, prejuicioso si se quiere, al que le estoy dando esta vuelta desde la investigación, a partir del asombro por sus efectos y la curiosidad teórica.
¿Silenciamos el término grupo porque lo homologamos a masa? ¿Por qué se evita investigar este concepto? ¿Cómo no retroceder ante lo real de los grupos?
En ese camino de preguntas, estando advertida de no desviar por la antigua dinámica grupal, y pensándolas desde una topología que no sea la circular, es que sucedió un hallazgo que me entusiasmó. Me encontré con Graciela Jasiner.
¿Al introducir el plural en el dispositivo, se pierde la lógica lacaniana? ¿A qué nos referimos con técnicas cuando nuestro eje es la ética? ¿Grupos son sólo los “monosintomáticos”? ¿O los de autoayuda?
Los grupos suelen estar en un segundo plano, considerados de segunda calidad y para el ámbito público, o por la dificultad del pago, o para las llamadas patologías actuales que, en su urgencia, cuestionarían el encuadre clásico.
Lo que vengo a arriesgar en este escrito, a decirme mientras les digo, es que es posible, dentro de lo imposible de nuestra profesión, trabajar con grupos desde el psicoanálisis lacaniano, sosteniendo una posición ética, la del analista vuelto coordinador. Es posible considerarlo un dispositivo más, sin reducirlo a una psicoterapia. Así como no se es analista a priori, tampoco se es menos analista por animarse a lo grupal.
¿Cómo sería esto posible? En primer lugar, yendo más allá de la lógica de masa del ejército o la iglesia de Freud, porque no nos sirve para pensar lo grupal de los pequeños grupos. Esta lógica de masa obstaculiza la orientación del trabajo grupal, que es escribir la castración y escriturar la falta. La cura no será pensada desde la idealización ni la identificación.
La topología es la vía para desempirizar lo grupal. Tendemos a confundir la lógica del dispositivo con el modo en que se ubican las personas en el espacio.
Creo que podemos estudiar los pequeños grupos desde el marco conceptual de nuestra escuela y con una duración limitada y acordada desde el inicio.
Los dispositivos grupales son diversos, y cada uno tiene sus límites y posibilidades. Grupos familiares, de padres, de adolescentes, de reflexión, de estudio, de supervisión, de investigación, terapéuticos, carteles…
El peligro de la trama grupal es el efecto masa, donde el otro es innumerable. Este efecto, de todas maneras, no depende de la cantidad de miembros, ya que la sugestión puede darse entre dos. La masa surge cuando taponamos el intervalo.
Advertidos de esto, nuestra dirección será la producción de cambios en la posición subjetiva. Alojar, introducir una demora, sostener una pregunta, orientarnos a la capacidad de amar, trabajar y apostar al surgimiento de nuevos sentidos.
Al analista coordinador no lo direcciona un ideal porque se sostiene en la función llamada deseo de analista. El coordinador no es un líder sino una función. Un origen freudiano de este deseo es el principio de abstinencia, que no significa silencio absoluto ni seriedad. Es abstinencia de responder a las demandas, significar y comprender.
El grupo es una ficción lógica, un juego que tiene reglas. La de abstinencia es una de ellas: se trata de no ser necio con el significante.
Cada analista coordinador tendrá su estilo. Me gusta pensar al humor como formando parte de un estilo que no signifique falta de abstinencia. La posición del muerto no se garantiza con seriedad. Cuando aparece lo divertido, algo se recrea. Se escribe la falta apostando a causar el deseo, a abrir el juego y tocar el cuerpo. El descubrimiento del inconsciente puede producir risa.
Un grupo no es una sumatoria de yoes autónomos. Trabajamos con el sujeto dividido. Y si bien la mirada es omnipresente, la escucha es con lo que contamos. También contamos con una lógica borromeica para poder pensar a los grupos como nudos, donde la posición del coordinador es moebiana.
Las intervenciones son en lo real, simbólico e imaginario, y se enlazan con los tiempos lógicos, la rotación, y el par alienación - separación, propiciando hospitalidad, trama grupal y trazo singular.
Los recursos son múltiples. Diversas técnicas lúdicas, artísticas y literarias pasan por nuestro colador y se utilizan de manera artesanal, cada vez. No hay una técnica universal y calculable; ellas conforman una verdadera caja de herramientas.
La posición ética de la que hablo es entonces agujereada, porque no hay un ser ni una técnica universalizable. No nos direccionan las buenas intenciones ni el ejercicio de un poder. En los grupos, no apuntamos a la completud sino al significante, que fuerza a hacer cada vez.
Pensar lo que hacemos con otros, nos ayuda a no andar ciegos o, de alguna manera, reducir los puntos ciegos.

ludmilahobler@hotmail.com