Este texto fue presentado en el acto de inauguración de la Efla, el 18 de diciembre de 2004. Nos reunía en esa ocasión un deseo puesto en acto y todos los escritos de esa tarde fueron una bella excusa para tal acontecimiento. Comparto aquí una versión remasterizada de aquel entusiasmo.
“El 24 de julio de 1895 le fue revelado al Dr. Freud el enigma de los sueños” 1
Tal era la placa de mármol que Freud se imaginaba colocada en esa casa y así se lo comentaba a su amigo Fliess. “¿Crees que algún día...?”, decía.
Si de entusiasmos se trata, ¿por qué no partir de ese?
La noche del 24 al 25 de julio de 1895 Freud tiene un sueño que luego se dio en llamar La inyección de Irma; sueño cuya interpretación lo lleva a develar su deseo en juego allí, y a sostener que entonces los sueños no serían más que el reconocimiento de un deseo. No es el objeto de este trabajo profundizar sobre ese sueño paradigmático que inaugura el psicoanálisis considerado un acto ya que marca un antes y un después. Sí, aproximarme a la causa de ese fervor que sin duda debe haber habido ahí. ‘Se tenía fe’, diríamos por estos lares...
Es que esas letras tienen un fondo de predicción, de lo que todavía no aconteció; mezcla de arrogancia y de inspiración divina, aludiendo a lo ‘revelado’ de una verdad.
Veamos: lo que le fue revelado al Dr. Freud no fue una fórmula mágica de nada, no fue un objeto. Fue un deseo. Deseo de nombrar lo innombrable. Deseo de él como analista, pero también como sujeto ya que ahí había un soñante. Podríamos decir: Freud, sujeto, entusiasmado por su amor al saber le revela al Dr. Freud, abstinente él, el enigma de los sueños.
La pregunta que me atraviesa sería: ¿Qué lleva a un sujeto a hacer lo que hace?, ¿A crear lo que cree, a creer en lo que crea, a producir algo nuevo? Me estoy preguntando ¿qué hacemos nosotros aquí, cuál es el enigma que nos convoca y también el que nos hace escribir? Propongo, modestamente, que también tiene que ver con el reconocimiento de un deseo. ¿Y de qué deseo se trata?
Sueño, deseo, no son sino modos de nombrar lo venidero, lo que vendrá.
Leemos usualmente en Freud una posición más pesimista, inclinada a lo perecedero, a la roca de la castración, a aquel límite infranqueable; sin embargo este pasaje que evoco en el que lo encontramos presa de su deseo muestra otro Freud, aquel que supo hablar también del deseo indestructible, que atraviesa cualquier tiempo.
En “El porvenir de la terapia psicoanalítica” dice: “Las verdades más espinosas acaban por ser escuchadas y las verdades indeseables que nosotros los psicoanalistas tenemos para decir al mundo correrán la misma suerte. Hay que saber esperar”.
Sueño, deseo, porvenir.
Subvertir la cuestión del tiempo, ha sido un desafío entonces para Lacan quien sale de esa encrucijada al proponer otra lógica para pensar el tiempo en el análisis, pero lo es también para nosotros cada vez que como analistas, analizantes o simples civiles, se nos presentan escenarios que nos confrontan con uno de los nombres de la castración: el tiempo. De allí que nos encontremos implicados en la pregunta por el tiempo, que no es otra que la pregunta por la falta en ser en lo que respecta a la finitud.
Maniobrar con el tiempo, jugar con las agujas del reloj, el empeño de Cortázar en dar cuerda a un reloj sin embargo implacable, dan cuenta de que el deseo humano contraría la lógica de lo perecedero. La pregunta es si no será por esa falta en ser que el deseo se construye un porvenir.
El porvenir y la finitud
Esto podría plantearse como una disyunción, del tipo “o”; o porvenir o muerte. Sin embargo podemos pensar la cuestión de la transitoriedad de la condición humana, de la muerte, como el factor que habilitaría un porvenir posible, para decirlo mejor, habilitaría el movimiento hacia lo nuevo. ¿Por qué?
El hombre siendo el único animal que sabe que se va a morir, es el único que se permite desear, como condición. La escritura tiene esto de ‘placa de mármol’; nos permite olvidar y sutura esa hiancia abierta, pero también deja un resto que para quien escribe da lugar al deseo de seguir escribiendo, como un final de análisis; es final-comienzo de la posibilidad de seguir recreando. Creando a partir de un vacío... Y es ahí donde aparece el entusiasmo. Cosa rara, a partir del vacío, de la nada.
Caminos con resto que nos dejan solos. El sujeto se encuentra solo frente a lo real, momento de pasaje para luego en su creación, hacer algo con otros.
Lacan habla en algún momento del sueño verdadero. ¿Equivaldría pensarlo como deseo decidido? ¿Es que hay un deseo vacilante? El deseo es, y sólo es a partir de un agujero, como el deseo del analista al que este sueño nos convoca. Un sueño surge por las coordenadas de cada sujeto y si nosotros, analistas, estamos en el sueño de Freud, quizás podemos tomar éste como el paradigma del sueño de cada uno, puesto en acto en estas letras y en las de ustedes.
Como sabemos, el saber del psicoanálisis puede resumirse en: “no hay relación sexual”. ¿Ese es el punto final? No. Es el punto a partir del cual se podría empezar. No sin entusiasmo, diría yo.
Voy a hacer mías las palabras de un poeta, que por supuesto dice mejor todo lo que quise decir:
“El hombre es una perpetua víspera. Es lo que es, pero también lo que todavía no es. Vive inclinado hacia el futuro, vive deseando y es él mismo su deseo. El hombre se va a morir, pero tiene apetito de eternidad.El hombre se va a morir. Y por eso ama, por eso sueña y por eso escribe poemas...”
meipellejero@yahoo.com.ar
1Sigmund Freud,. La interpretación de los sueños. Obras completas, tomo IV. Amorrortu Ediciones. Buenos Aires, 2017 (p. 141)
2Alejandro Dolina, “La Musa”, Charla en la Feria del Libro, Buenos Aires, 2000.